Me siento estafado

IMG_20160210_150358

Una de las últimas fotos que sacó mi teléfono antes de cederlo gentilmente a unos hombres que me lo pidieron apuntándome con un arma.

Me siento estafado. No por los tres flacos que me robaron a punta de pistola. Me siento estafado por la sociedad, y un poco culpable también, de que lo único que hemos hecho los uruguayos con la delincuencia es quejarnos y, de a poco, acostumbrarnos a ella. Porque cuando me robaron, el último sentimiento que tuve fue de sorpresa.

El robo, para mí, no fue tan malo. Me robaron el celular, treintaypico de pesos, algunos documentos y poco más. El que más la sufrió fue mi hermano, que se le llevaron la una macbu, un disco duro y con él todo su trabajo de años. Pero a mí me sirvió. Sirvió para que mis amigos y familiares entendieran que el pacífico Uruguay es más violento que Turquía en guerra. Que vivo hace un año y medio allá y no me ha pasado nada, pero cuando vengo de visita a Uruguay, me apuntan con un revólver. Que mi vida corre más riesgo por Av. Italia y Comercio a las tres de la tarde que en un camping de inmigrantes sirios de Esmirna a las tres de la mañana. En Uruguay tendré libertad de fumar porro y putear al presidente en la cara, pero no la libertad de caminar por la calle tranquilo como en Turquía.

Los culpables de mi robo no fueron los pibes que me robaron. Tampoco fue de la policía ni de Bonomi ni del gobierno. Tampoco la severidad de las leyes, ni el capitalismo, ni la religión ni el sistema penitenciario. En este tiempo he conocido varias otras sociedades y cada vez estoy más convencido de que los robos pasan porque la sociedad legitima esos comportamientos.

Porque cagar al otro es viveza. Porque más vale desconfiar. Porque si lo encontré es mío. Porque ojos que no ven corazón que no siente y ladrón que roba ladrón tiene cien años de perdón. Porque en definitiva, si te roban, es por boludo. La culpa no es del delincuente. La culpa es tuya por confiar tanto en los otros. Porque lo obvio es que te roben, no que estés tranquilo. Entonces como en lugar de confiar desconfiamos, el culpable de todo, al final, es el que confía. Y ese es el gil. En lugar de darnos cuenta que los giles, somos todos por haber permitido romper un montón de redes de confianza que simplemente hacían nuestra convivencia más amena.

Me siento estafado por una sociedad que me enseñó a desconfiar en lugar de confiar. De no aceptar caramelos de extraños y de creer que nadie regala nada. Como si la bondad y el amor no formaran parte de las personas. De una sociedad que en lugar de vincularse se fragmenta. Que le tiene miedo a los ñerys en lugar de escucharlos y preguntarles por qué tienen los comportamientos que tienen. Que en lugar de integrar a los marginados y su cultura los excluye y les echa la culpa de los males de la sociedad. Que pide educación y deposita a los hijos en colegios privados y otros recintos para sacárselos de encima. Que critica pero de autocrítica, cero.

Me siento estafado por una sociedad que se queja del delito y ni siquiera hace una investigación por ver cuáles son sus causas. Por qué a pesar de que la policía funciona mejor que en muchos otros lados, y ha mejorado en los últimos años, se roba cada vez más. Y por qué en lugar de parar y pensar qué estamos haciendo mal, lo único que hemos hecho es acostumbrarnos a ello. Porque cuando me robaron, lo último que sentí fue sorpresa.

Estoy seguro que a los tipos que me robaron no les falta educación. Estoy seguro que tampoco les falta comida ni un smartphone. La gente como la que me robó no roba por necesidad. Roba porque eso le da estatus social. Porque viven al margen de la sociedad. Nacen en el robo y crecen en el robo, y aunque no lo necesiten, roban. Y como los excluyen, quienes los integran son las redes criminales. Por lo menos se sienten útiles y valorados.