Se me acabó la joda (episodio 2)

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Barquito en canal de Copenhague.

Estoy en el avión. Nuevamente. Por suerte. Porque este año fue más de buses la cosa. Estoy volviendo a Turquía para irme en breve, probablemente, pero con fines académicos. Esta vez el viaje fue de dos meses y monedas, como dicen los seudoperiodistas deportivos, y comenzó un 29 de junio de 2016 en Ámsterdam. Y eso sin contar el minitour que hice en Turquía antes de partir para Europa.

Esta vez el fin del viaje me agarró un poco cansado con la pobre Copenhague, que aunque bella le tocó tratarme un poco apático y agotado de andar picando en la vida. Tampoco ayudó con el tiempo, con esa lluvia que me persiguió por todas y cada una de las 22 ciudades en las que estuve. Veranos si lo hay.

En resumen, este verano fue más o menos así: anduve en Porsche en Ámsterdam, me hicieron un interrogatorio por estar sentado en un museo, descubrí la arquitectura de Rotterdam en bicicleta y me encontré con Delft en la noche. Me calenté con Berlín por ser tan caprichosa e incómoda pero al final la terminé queriendo, porque es imposible no quererla. Me hospedé con un chino por Couchsurfing que al final era un acosador que se quería acostar conmigo. Me rescató un francés. Caí de casualidad en un concierto de Santana gratis y me maravillé con los jardines de Potsdam. Me hice local en Praga en un par de días y salí en plan de borracho  viejo con el encantador y misterioso Jiri, un pequeño nerd de metro y medio que aloja asiáticas en su apartamento. Seguí un intento de golpe de estado en Turquía por internet. Tomé las cervezas más baratas del mundo. También en Brno, donde me quedé una noche y conocí tres bares diferentes. Conocí Latinoamérica en Bratislava, a un eslovaco que habla español y comí ravioles rellenos de membrillo. Fui a Rumania y ví lo raro de entender un montón de palabras pero no entender un corno lo que se habla. Conocí latinos geniales que me guiaron por la mala senda del alcohol. Probé las peores bebidas alcohólicas de mi vida con la mejor gente. Saqué fotos y seguí viaje. Volví a la querida Budapest y a los mejores bares del mundo con el mejor mexicano del mundo, que vive en Budapest. Me fui para la ciudad del Papa en Polonia y descubrí el catolicismo vivo. Me hospedé en una familia con dos hijos rubios de ojos claros, que van a misa los domingos, y cuyo padre es coleccionista de armas. Dormí con un libro de Juan Pablo II a mis pies. Un peruano me salvó de ser deportado en Ucrania y me fui para Varsovia. Aprendí a tomar vodka. Aprendí más de historia en Varsovia que en 27 años. Descubrí que Hitler le hizo el trabajo sucio a un pueblo que terminó siendo la víctima, pero que hasta el día de hoy rechaza a los judíos. Ví las atrocidades nazistas en Auschwitz y la vida humana (o la muerte, mejor dicho) convertida en un bien industrial. Ví las atrocidades comunistas. Ví a los países bálticos. Indefensos y comunistas, pero con recientes aires europeístas. Me mojé. Mucho. Ví el imperio ruso, el comunismo ruso y el capitalismo ruso en San Petersburgo. Entré a un McDonald’s escrito en cirílico y ví a rusos comprando como loco en los shoppings, como para olvidar el trago amargo de la URSS. Odié la ciudad pero amé a su gente. Aprendí a leer cirílico (un poco) y fui a un sauna, que ellos llaman banya. Y repetí en Helsinki, con gente que se junta a charlar con desconocidos en pelotas en una habitación a 100º. Me perdí en un bosque finés juntando arándanos silvestres y hongos. Hice 70km en bicicleta y descubrí que soy un poco finés. Dormí en la calle en Finlandia y el gobierno no me dió una subvención por ello. Todo por esperar al ferry. Fui a Estocolmo y hablé con un montón de gente pero no con suecos. Ví que están orgullosos de su monarquía ausente. Estuve en Oslo y conocí a los burgueses socialistas. Ví el parque más lindo de mi vida y pagué la cerveza más cara de mi vida (9€ 300ml), como para descontar los beneficios generados en Praga. Fui a Copenhague y se me acabaron las baterías, pero me sirvió para descubrir el modo europeo de vida, que vive para trabajar y no trabaja para vivir. Hice un viaje flash a Malmö y estuve viviendo de indocumentado por el día porque me olvidé el pasaporte pero migraciones me dejó pasar igual. Descubrí museos increíbles y me encontré de casualidad con un grupo de uruguayos haciendo prueba de sonido de candombe beat en un parque público. Y también me tomé un avión para Turquía que es desde donde estoy escribiendo. Solo espero que no me deporten. Pero eso ya escapa a mi viaje*.

*NOTA: Al final no me deportaron y acá estoy.

2 Respuestas a “Se me acabó la joda (episodio 2)

  1. Lea, como siempre tus anécdotas y descripciones atrapan desde la primera línea. Sigue escribiendo tu experiencia turca y traspásala a tus seguidores como yo.
    Un abrazo y que sigas disfrutando este gran periplo

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