Stuttgart, la ciudad automóvil

Galería Stuttgart

Llegué a Stuttgart porque ahí había vuelos directos a Turquía. No tenía ningún interés especial en la ciudad y, a decir la verdad, parece que los alemanes tampoco.

«En Stuttgart no hay mucha gente que use las biciletas», me contaba una alemana que conocí ahí, como resignándose. Stuttgart es una ciudad hecha por y para los autos. De ahí vienen marcas como Mercedes-Benz y Porsche. Cada una de estas marcas tiene su museo y son la principal atracción turística de la ciudad. Como me interesan tanto los autos, no fui a ninguno.

Como si fuera un Cusco del imperio del automóvil, la ciudad queda encerrada entre montañas que hacen que se genere un microclima. «La olla» dicen que la llaman los alemanes, y por eso la gente huye en verano. No hay mar ni hay escape del hormigón y los autos, en ese encierro natural creado por las montañas.

La ciudad industrial, sin embargo, lejos está de ser la Carlitos Marx. La ciudadanía de Stuttgart tiene sus aires de grandeza y no come panchos con birra como el resto de Europa. Stuttgart prefiere los edificios vidriados de oficinas y la comida trendy, mezclados con los miles de inmigrantes que le dan ese toque de contemporaneidad.

Los límites de Stuttgart los pone la naturaleza, porque por más autos que hagan y edificios modernos que construyan, las montañas siguen ahí, recordándoles que la humanidad llega hasta donde se asume parte de la naturaleza. Es curioso ver cómo los viñedos y las casitas en la montaña están pegados junto a los grandes proyectos arquitectónicos de la modernidad. Como si las prácticas más antiguas vieran desde arriba jugar al hombre con su tecnología, con la sabiduría de que las montañas siempre seguirán ahí. A pesar de los hombres, a pesar de las locuras y caprichos momentáneos de sus habitantes.

Este texto es corto. Y termina de forma caprichosa. Como la ciudad misma.

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Comparto algunas fotos que saqué. Para agrandar las imágenes, hacé click en ellas.

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