En los últimos años la capital de Grecia se ha convertido en un museo a cielo abierto, donde las obras de los más reconocidos muralistas del mundo conviven con los garabatos hechos por adolescentes que llenan de color a una ciudad que no parece querer dejarse tomar por el gris de la crisis económica.
Entrar a la Escuela Superior de Artes de Grecia parece un manifiesto del arte griego contemporáneo en sí mismo. En la matemática y solemne fachada de un edifico neoclásico abandonado aparece pintada una torta colorida hecha con trazos gruesos y un poco torpes. A su lado, un Pinocho fumando, la figura de un aborigen africano y unas cuantas escrituras que usan la fachada del edificio como quien prueba garabatos en una servilleta.
La palabra “graffiti” viene del griego “grafein”, que significa “escribir”, y los artistas helenos parecen querer reivindicarlo. Hoy, el muralismo parece ganar más respeto que las grandes obras de Fídias o Myron. La pintura de una venus gigante disfrazada de revolucionaria que da la bienvenida al edificio donde están los salones de clase parece confirmarlo. De hecho, los exteriores de la Escuela Superior de Artes de Atenas, que no tienen ni un metro cuadrado sin intervenir, conforman una de las galerías de arte más ricas de la ciudad, aunque nadie promocione esas obras como tal y no aparezca en las guías turísticas.
La Meca
“¿Leíste la nota que publicó el New York Times?”, pregunta Icek, que usa las paredes de la ciudad como lienzo desde hace más de 10 años, al ser consultado sobre cómo es ser grafitero en Atenas. “Atenas es la Meca del arte callejero”, dice, haciendo referencia a la analogía que hizo el diario americano en un artículo que publicó en abril de 2014. Un artículo que parece haber confirmado lo que ellos ya sospechaban: no hay otro lugar en el mundo en que las paredes se puedan pintar con tanta facilidad.
El propio Icek filmó un corto documental sobre el tema, llamado Alive In The Concrete, en donde muestra cómo varios artistas intervienen las paredes de la ciudad libremente. Ahí se puede ver cómo a uno de ellos, que estaba haciendo un dibujo en un túnel, lo interrumpe la policía para ver qué está haciendo. Pero como no está “pintando”, técnicamente, sino que está sacando el polvo acumulado en las paredes con un pincel, los policías lo dejan seguir con su trabajo.
La falta de recursos de la policía, que encuentra problemas mayores por la delincuencia generada a raíz de la crisis económica y la ola de refugiados, hace que los controles sean casi inexistentes. Esto, sumado a una alta tolerancia de la población a este tipo de intervenciones, genera un lugar de trabajo ideal para los artistas que hacen de la ciudad su lienzo. “A la gente no le preocupa mucho. Y la gente con plata pinta más seguido las paredes porque les gusta tener todo más blanquito, así que tampoco es problema para ellos”, dice Konstantinos, un joven de unos 25 años, mientras camina café en mano por el centro de la ciudad.
La preocupación es más por el qué pintarán que por el hecho de que se pinte la pared. Cuando le preguntan a Icek qué está pintando, dice que responde: “arte”. Según él, eso genera una ambigüedad que le permite continuar trabajando sin demasiadas presiones. Aunque esa irónica respuesta también parece transmitir la inseguridad del debate que todavía resuena en su cabeza: ¿Hasta qué punto el graffiti es arte? ¿Cuál es el límite entre una pared rayada y una obra de arte?
Vivir entre el arte
Chris Papanatsidis trabaja en el lado amarillo de Bondex, una pequeña oficina de entregas postales en bicicleta en el barrio de Psirris, en pleno centro de Atenas. Trabaja “en el lado amarillo” porque la oficina está completamente pintada de azul francia sobre el lado izquierdo y de amarillo patito en el derecho. Para sorpresa, lo colorido de la oficina no resulta llamativo porque la cuadra en la que se encuentra está copada por graffitis de todo tipo. Ni la iglesia que ahí se encuentra se salva.
“Capaz que no gano tanta plata, pero el lugar es colorido y la gente es buena onda. Prefiero esto a una oficina toda de blanco”, dice. Por “gente buena onda” se refiere a sus vecinos de cuadra, una serie de tiendas que van desde una casa de venta de insumos para graffitis, tiendas de venta de ropa y venta de accesorios para bicicletas. “Ahora están todas cerradas porque es temprano”, dice, y mira el reloj que marcan las 10.30 de la mañana. “I am a good boy”, dice para explicar que, a pesar de que le gustan, no hace grafitis.
Y sin embargo, en Grecia, los chicos malos están en todos lados. En el muro del puerto de Atenas, hay un dibujo hecho por un niño con marcador negro permanente. Un sol sonriente, un velero, un submarino, un árbol invertido y dos fosforitos forman parte de la obra de este “bad boy” que difícilmente supere los 6 años de edad. A 300 kilómetros, en la rambla de Salónica y frente a la mirada de cientos de personas que por ahí pasan, un adolescente escribe en el piso con tiza “I love bad bitces” (sic), se levanta y sigue su paseo de domingo como si nada hubiera pasado. Solo viendo la diversidad de graffitis que hay es posible entender este proceso de aprendizaje que llevan los artistas callejeros, que queda plasmado en las paredes de la ciudad.
Graffiti a puertas cerradas
Parte de la legitimación del graffiti en Atenas quedó clara cuando en 2014 uno de los centros de arte más importantes de la ciudad, el Centro Cultural Onassis, hizo una exposición exclusivamente de este tipo de arte. La sala central del edificio, acostumbrada a lucir obras de reconocidos artistas europeos, se vio invadida por los grafiteros. Durante un mes intervinieron el lugar para hacer “No respect”, el nombre que eligieron, un poco en broma un poco en serio, para mostrar el trabajo hecho por casi cincuenta artistas callejeros. “Fue interesante porque parecía como un garage: el piso estaba lleno de firmas y estampas, los trabajos cubrían todas las paredes alrededor, las columnas, y teníamos tres autos metidos adentro que también pintaron”, dice Konstantina Soulioti, que es encargada de las exhibiciones de artes visuales en el centro y estuvo a cargo de su armado.
“Decidimos hacer una exposición sobre el graffiti porque pensamos que es un movimiento artístico importante, especialmente en Atenas. No sé si la mayoría de la gente pero mucha gente lo ve como ruido, como una mala estética, y ponerlo dentro de un centro de exhibiciones, en un centro cultural, es como decir: esto es una forma de arte y una expresión artística, y vale la pena verlo como eso y no solo como vandalismo”, dice. Aunque a primera vista se podría pensar que artistas que ya exhiben su trabajo a puertas abiertas no estarían interesados en hacerlo entre paredes, la respuesta fue la contraria. Y si hoy se mira los nombres de quienes participaron, pocos de los artistas callejeros más valorados de la ciudad quedaron afuera.
Para encontrarlos hicieron un llamado abierto. Pero la encargada del centro dice que si hubiera sido solo por ese llamado, no hubieran conseguido la convocatoria que tuvieron. La clave estuvo en contactar a las personas adecuadas, a través de las cuales descubrieron que los artistas callejeros en Atenas, más que una serie de personas aisladas, era una red conformada. “Hicimos una investigación y empezamos haciendo entrevistas con algunos grafiteros, que a su vez nos fueron presentando a otros. Los artistas que al final participaron al principio estaban escépticos. «¿Es en serio esto o es una broma?», pensaban. Pero al final generamos confianza”, dice Konstantina.
A juzgar por las calles de Atenas, no pareciera que los artistas callejeros necesitaran de una galería. El arte en la capital griega está visible todo el tiempo. No conoce de barrios ni de leyes ni de crisis. En todos lados hay murales que no solo destacan por su calidad técnica, sus colores y su contenido, sino también su impertinencia. Como si se tratara de una gran broma colectiva: a las personas que van en busca de las grandes obras de arte antiguo, las termina encontrando el grafiti en su época dorada.
NOTA: Este artículo fue publicado en Revista BLa #99 de marzo de 2016, bajo el título «Cualquiera puede pintar».