El Gran Hermano holandés

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Me olvidé de comprobar si en el ojo de este ganso en el Rijksmuseum había una cámara escondida.

El reality show nació por primera vez en Holanda, en 1999. Y si bien siempre me pareció un dato anecdótico, porque su éxito se repitió en todos lados del mundo, ahora que vine a Holanda me parece que tiene más sentido que nunca.

Lejos del liberalismo que quieren vender, Holanda es un país conservador como cualquier otro. Machista, clasista, racista, xenófobo y homófobo. Es cierto que en las leyes es más abierto que la mayoría del planeta, pero la realidad es otra. De hecho, acá a todo el mundo le importa qué estás haciendo. No como empatía, de preocupación por el otro, sino para controlarte.

Presencié varios encontronazos de holandeses con otra gente -principalmente extranjeros- a los que le gritaban por no hacer las cosas como ellos querían. Los holandeses son fríos y establecer una conversación con ellos, sino tienen una excusa, es muy difícil porque están para lo inmediato, lo utilitario. Pero cuando hay que putearte no tienen mucho protocolo.

En Rotterdam, cuando estaba andando en bicicleta, en un momento se acabó la bicisenda y tuve que seguir andando por al senda peatonal. Eventualmente la bicisenda volvió, pero a un desnivel como a un metro más abajo y no había forma de llegar sino bajándome de la bici y yendo por unas escaleras. Entonces seguí por ahí, porque igual a 20 metros ambos caminos se volvían a conectar.

Como había un señor caminando, bajé la velocidad y comencé a ir a paso de peatón, total estaba paseando. Ni siquiera estaba cerca de él, pero como me vio venir, me esperó para putearme. Me puteó en inglés derecho, sin «hola» ni pregunta de por medio, para decirme que eso era la senda peatonal, y que las bicis no tienen que andar por ahí. Lo que nunca me preguntó era por qué andaba por ahí, ni me indicó por dónde tenía que andar. Me sentí objeto de catársis.

El control en Holanda es hasta obsceno, más que en Londres. En las estaciones de tren por cada metro cuadrado hay ocho cámaras. No exagero. En los techos las cámaras forman grillas con cuadrados de un metro por un metro que en los ángulos tienen dos cámaras. Probablemente nadie las mire, o están haciendo un reality show con ellas, vaya uno a saber. Pero las cámaras ahí están.

El caso extremo, y que me terminó de cerrar mi concepto sobre los holandeses, lejos del prejuicio que tenía sobre ellos, fue que fui interrogado por un guardia de seguridad solo por estar sentado en un espacio público. No fue en Turquía. No fue en Estados Unidos. No fue en Corea del Norte. Fue en Ámsterdam. En serio.

Al museo ya había ido al día anterior, pero como ahí tenían unos banquitos y wifi para conectarme al maravilloso mundo de internet, me senté fuera del Museo Van Gogh a descansar y a chequear el celular. A los cinco minutos de que estaba sentado, se me acercó un amigo de seguridad y me dijo: «¿Te puedo hacer unas preguntas?». Como las opciones no eran muchas, le dije que sí.

Las preguntas que siguieron claramente me trataban de criminal, por el solo hecho de estar sentado ahí. Me preguntó qué estaba haciendo ahí, de dónde era, con quién estaba, dónde me estaba quedando en Ámsterdam y por qué había ido. Lo más indignante de todo -que incluso supongo que es ilegal, pero como no soy holandés no tenía forma de saberlo y por tanto no me podía negar- me pidió que le mostrara qué estaba haciendo en mi celular. Algo que no solamente es violento y desubicado, sino que viola mis derechos de privacidad y es un abuso de autoridad en su posición. Por primera vez en mi vida, y no en Turquía sino en Holanda, sentí que mis derechos más básicos como ser humano eran violados, de una forma estúpida y violenta.

Irónicamente, cuando el amigo se despidió, me dijo «Gracias y que disfrutes Ámsterdam». Ojalá que tu madre también. Solo para comprobar la no inteligencia y las ganas de controlar de esa gente, me quedé ahí sentado como media hora más. Cuando me levanté, en lugar de irme directamente, dí la vuelta al edificio solo para joderles la vida. En la parte de atrás, que hay poca gente, casualmente, apareció el mismo amigo del interrogatorio medio de apuro. Le tiré un «bye» para despedirme con cariño y se hizo el nunca visto. Como si no me estuvieran siguiendo por las decenas de cámaras que tienen alrededor del edificio.

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  1. Pingback: Mini guía de viaje de Ámsterdam, Holanda | Ahí viajé·

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