Icaria, el secreto de la longevidad

Isla de Icaria

Puesto de frutas y verduras en Icaria. En la parte superior cuelga un cartel con la forma de la isla.

Icaria es una isla griega sobre el Mar Egeo, y es uno de los pueblos más longevos del mundo. En promedio sus habitantes viven casi 10 años más que el resto de las personas en países desarrollados, y su estilo de vida ha sido objeto de estudio durante muchos años. Sin embargo, su secreto, no parece ser ningún secreto.

Bajo con cámara en mano la escalera del ferry para salir. Cuando estoy por cruzar la puerta de la cabina de pasajeros, uno de los miembros de la tripulación pone su cuerpo en mi camino y me para. Me dice algo en griego pero «I don’t speak Greek», y me responde: «¿A dónde vas?». «A Icaria», contesto. «Ah, es acá», me dice y sigo mi paso. Soy el único turista de todo el ferry que baja en la isla.

Mar Icaria

Icaria tiene paisajes espectaculares, pero eso no parece ser motivo suficiente para atraer turismo al mismo ritmo que otras islas griegas.

«¿Qué vas a hacer ahí?», me había dicho un amigo griego cuando le conté que iba a Icaria. «No hay nada», me advirtió. La isla atrae pocos turistas porque, a diferencia de las decenas de paraísos turísticos que la rodean, esta tiene pocas playas. Quienes la visitan, sin embargo, son investigadores. Este rincón olvidado es uno de los que tiene más memoria del planeta: forma parte de las llamadas «zonas azules», los lugares donde las personas viven notoriamente más años que el resto. La expectativa de vida de sus pobladores es cercana a los 90 años.

Antes de llegar a la isla, pensé que encontrar ancianos iba a ser difícil. Encontrar los motivos por los que viven tantos años, aún más. Sin embargo, los ancianos se ven a lo largo y ancho de la isla, y los motivos de su longevidad tampoco parecen ser ningún secreto una vez dentro de ella. Es simplemente su estilo de vida, hijo de una geografía que no le da muchas opciones.

Icaría es una isla sobre el mar Egeo, con forma alargada en zig-zag, como de ceja enojada. Árida, rocosa y montañosa. Los yuyos crecen por todos lados y los únicos mamíferos que parecen sobrevivir son los gatos que andan por las calles, las cabras que trepan por las montañas y, por supuesto, los humanos. Le debe su nombre a Ícaro, el personaje de la mitología griega que voló tan alto que el sol le derritió las alas y cayó al mar. Los ícaros modernos, en cambio, no tienen alas, el calor de la isla no parece afectarles y son los últimos en caer al mar.

Ancianos Icaria

Dos locales conversan mientras atienden una tienda en una de las calles peatonales cercana al puerto.

Apenas bajo del barco, comienzo a caminar por su pueblo principal. Llamar ciudad a algo solo porque es el principal punto de la isla, a pesar de que consta de un puñado de calles, me parecería una exageración. No doy ni veinte pasos que los pobladores empiezan a notar la presencia de un extraño. No van ni cuarenta, que ya se me acerca un taxi, me mira y me dice discretamente: «¡Taxi!». No llego ni a sesenta pasos que se me acerca otro auto y me interpela, ya con un poco más de exactitud: «¿Rodríguez?».

Las posibilidades no son muchas. Los únicos que saben que vengo a la isla son el hotel en el que me voy a alojar y un grupo de personas a las que contacté por un evento que se va a realizar por estas fechas. Los primeros en teoría están a tres kilómetros, y lo segundos a unos treinta. «Soy del hotel, ¿para dónde vas? ¿Querés que te lleve?». Accedo y me subo.

Paisaje Icaria

El árido paisaje de Icaria es una alternancia entre el color de las rocas con el de las hierbas.

Visto en un mapa, el hotel queda a un quilómetro del puerto. Caminando, queda casi a dos. Y en auto, son casi tres los quilómetros que separan el puerto de Agios Kírikos de Thermas, donde me alojo. El pequeño tamaño de Icaria se hace inmenso con la montaña rocosa que la atraviesa. No hay caminos rectos y menos caminos a nivel. Todo es en zig-zag, en subida y en bajada.

«Acá no hay mucho presupuesto y por eso están las calles así», me dice sin resentimiento Nikos, que había ido al puerto y supuso que el único extranjero perdido podía ser el tal Rodríguez que se iba a quedar con él. «Por ahí sale un camino para caminar, por ahí sale otro», dice señalando a los senderos que salen de entre las calles y que se meten entre las montañas. «Acá está la iglesia, que abre a veces pero no sé muy bien porque no soy religioso», me explica, y sigue señalando los lugares que reconoce como si hiciera un tour.

Icaria es conocida entre los griegos por ser una isla en que el comunismo sigue siendo la ideología que más adeptos tiene. Los carteles del Partido Comunista son los únicos que dejan entrever la presencia de algún partido político. La plaza principal, delineada por un busto escondido en un rincón y unos pocos árboles con más tronco que hojas, tiene colgada una pancarta en griego que no logro descifrar pero que fue colgada por un hombre de unos treinta años que lleva puesta una remera gris con una estrella roja estampada en el pecho.

Partido Comunista Griego

Plaza en Agios Kirikos, con un cartel del KKE de fondo, el Partido Comunista Griego.

«Icaria» es el nombre ficticio que eligió el utópico comunista francés Étienne Cabet para describir el país ideal, un país que vivía en la igualdad, la justicia y la fraternidad. Sin embargo, el comunismo de Icaria es más real: después de la Guerra Civil Griega entre nacionalistas y comunistas al final de los años 40, cerca de 13 mil comunistas fueron exiliados a esta isla. Isla que hasta el día de hoy se caracteriza por ser «la roca roja», como la llaman los helenos para referirse a las preferencias políticas de sus habitantes.

La cocina del hotel también parece ser testimonio de esas ideas. En el frasco de café de la alacena puedo distinguir al menos tres tipos de cafés. A pesar de que el hotel parece haber sido remodelado hace poco, las ollas y los platos son de todo tipo y de todas las edades. Lo que Nikos llama «la cocina» -un anafe con dos estufas invadidas por el óxido- parece tener tanto o más años que yo, y a su costado aparece una caja de fósforos de un hotel suizo  que llegó hasta ahí por alguna extraña razón.

En la recepción hay un cartel de «la chica que limpia», según me cuenta él, que vende productos orgánicos: tés, mermeladas, leche, quesos, y carne de cabra, huevos, pollo, miel, aceite y licores. Los precios parecen razonables y abajo hay un teléfono. «Si precisás algo llamá desde acá así no gastás», me dice mientras me muestra cómo funciona el teléfono de línea que tiene instalado en el hotel.

Cabras Icaria

Las cabras son una de las fuentes de alimento tradicionales de la isla. Se las puede ver trepando por el empinado y árido paisaje.

Icaría es una isla con tradición autosustentable. No porque tengan una filosofía verde de siglo 21, sino porque la geografía y las circunstancias históricas le han dificultado tener mucho contacto con el resto del mundo en los últimos siglos. Los olivos, los viñedos, los árboles cítricos, las cabras, el mar y las gallinas son quienes han alimentado a esta isla a lo largo de los siglos.

Tal vez el único producto que forma parte de su dieta y que Icaria no ha sido capaz de producir por sí misma es el café. En promedio sus habitantes toman entre 2 y 3 tazas de café al día. La variedad de cafés en el supermercado es más grande que la que puedo encontrar en cualquier tienda del otro lado del mar Egeo en Turquía: instantáneo, para hacér frappé, café de filtro, café con leche, capuccino, café griego, café expresso y varias combinaciones imaginables que se puedan hacer entre ellos.

Flores Icaria

La jardinería es uno de las actividades preferidas de los locales, pero también hay un sinnúmero de yuyos que crecen inexplicablemente entre las rocas.

Diferente es la historia con el vino. A pesar de tener una larga tradición de ser una isla productora de vino, los vinos locales vienen en envase de plástico y no parecen ser de buena calidad. El gusto a uva con alcohol del vino que probé me hace pensar que esta bebida es más una tradición que otra cosa. Después de todo, las rocas no parecen el suelo perfecto para que nazca la mejor uva, y tampoco hay espacio para grandes bodegas o plantas de producción.

El café y el vino son dos de los sospechosos de hacer la vida de los icarianos tan longeva. Ambos son consumidos a diario por la mayoría de sus habitantes y ambos tienen compuestos antioxidantes, dos palabras que en los últimos años se han puesto de moda, ya que la oxidación celular se cree que es la causante de la degeneración de los tejidos; es decir, el envejecimiento que nos lleva inexorablemente a la muerte.

Otro de los sospechosos de esta longevidad en la isla son las hierbas, los yuyos, que crecen por todos lados de la isla y los pobladores usan para hacer té. Las hay de todo tipo y colores, y mientras recorro la isla pienso que jamás he visto hierbas tan preciosas. Es primavera y de entre las rocas salen flores amarillas, blancas, rojas, naranjas, lilas, rosadas, con formas que parecen no pertenecer a una isla dominada por las rocas.

Las abejas sonorizan el paisaje con un zumbido constante, que se disputa el protagonismo con el sonido de las olas del mar, los vehículos que pasan cada algunos minutos y el grito de algún vecino que saluda o charla con los suyos. Las abejas también trabajan por la longevidad isla. Quienes han estudiado la dieta de los icarianos dicen que consumen miel con frecuencia y muchos hasta le atribuyen cualidades medicinales.

Iglesia Icaria

A pesar de tener muchas iglesias ortodoxas en su paisaje, son pocos los pobladores que practican la religión.

«Acá está el supermercado, acá está el restorán de fulanito, y acá el café de menganito que siempre está abierto por si tenés hambre. Si querés comprar un suvenir tenés a zultanito y si precisás comprar pasajes o alquilar un auto, allá donde está la moto está juancito que tiene una agencia de viajes», me explica Nikos. El tiempo en que estamos juntos, no pasan ni cinco minutos que ya está saludando o hablando con alguien. La vida en Icaria es profundamente comunitaria.

Con una población que no llega ni a los 10 mil habitantes, no es difícil que todos se conozcan entre sí. Mientras camino por la isla saludo a los locales. A veces porque ellos lo hacen primero y otras veces porque yo doy el primer paso para cortar con sus miradas extrañas ante la presencia de un desconocido. Hasta las cabras paran de comer y me miran desde lo alto cuando notan que hay alguien que no pertenece al lugar.

Al ver a una persona caminando en medio de la nada, un auto para y la señora que lo conduce estira su cuerpo para abrir la ventanilla del lado opuesto. «Port, limani», le digo en un inglés a base de sustantivos y un griego inexistente para explicarle hacia dónde me dirijo. La mujer me hace señas que pase y como puede me pide disculpas que el asiento de adelante lo tiene lleno de porquerías y por eso me tengo que sentar atrás. A pesar de que no habla inglés, intenta una y otra vez entablar una conversación conmigo. De dónde vengo, qué hago, qué he hecho, qué me parece la isla. Ni el idioma parece ser una barrera para establecer vínculos.

Señoras icaria

Señoras charlan luego de ir de compras en las calles de Icaria.

Icaria es una isla profundamente social y comunitaria. No por su pasado comunista, sino porque los vínculos sociales son más importantes que cualquier otra cosa. Es raro ver a alguien solo por ahí, como yo cuando salí a caminar. Siempre andan de a dos o más y charlan con quien sea. Por las calles de los pueblos las bocinas son frecuentes, no porque haya tráfico, sino porque todo el tiempo se están saludando. Las danzas típicas y las excusas para juntarse a celebrar están presentes todo el año, y también están bajo la mira de los investigadores que buscan descubrir el evidente secreto de la larga vida de los icarianos.

Ni siquiera el trabajo escapa a la regla. Ver a los trabajadores en Icaria es como ver a gente disfrutando de su casa de verano: trabajan pocas horas y las horas que lo hacen transcurren entre cafés, charlas y descansos. La siesta también forma parte de esa rutina. Parece hasta curioso que una isla tan comunista ni siquiera tenga industria. Levantarse temprano parece estar prohibido y trabajar más de la cuenta, todavía más. La primavera recién comienza pero a las tres de la tarde los locales ya están en la playa disfrutando del sol.

Me cuesta entender cuál es el derecho de los trabajadores por los que luchan, si casi ni los hay, al menos como los describía Marx, y contra qué burguesía es que pelean en una isla que ya abandonó sus aspiraciones de riqueza hace siglos. El comunismo de Icaria me parece más un comunitarismo que un comunismo. Un lugar donde se trabaja lo necesario para disfrutar y compartir lo cotidiano. Las calles están llenas de autos viejos y fuera de uso, y los pocos autos nuevos lucen sucios y descuidados, como si sintieran culpa de ser nuevos. Grecia incorporó las matrículas de la Unión Europea en el año 2004. Sin embargo, cerca de la mitad de los vehículos que se ven por la calle todavía tienen el modelo antiguo, sin contar a los tantos coches y motos que andan sin matrícula alguna a los ojos de las autoridades.

Tener auto es una necesidad. El transporte público no existe, no hay forma de ir de un lugar a otro caminando o en bicicleta. Pero los autos, amos y dueños de las ciudades contemporáneas, tampoco lo pueden todo en Icaria. Para ir de una casa a la otra hay que subir y bajar escaleras y caminos. Caminos que no son posibles hacer en auto y que las motos no podrían vencer debido a su pendiente. Pero lo que la tecnología no pudo vencer, sí lo pudo vencer un señor con el que me cruzo, ciego de un ojo, que camina a pacitos cortos con su bastón y que acaba de trepar la enorme pendiente en la que nos cruzamos.

Anciano Ikaria

La expectativa de vida en la isla es de casi 90 años.

El ejercicio físico es cosa de todos los días. No está lleno de gimnasios ni hay carteles con modelos perfectos que comunican las bondades. Tampoco me curcé con gente trotando o andando en bicicleta. Pero subir y bajar las escaleras y caminos que conectan los lugares dentro de cada pueblo es inevitable. Son los tan difíciles 30 minutos de ejercicio diario que recomiendan los especialistas, que ellos hacen sin pensar ni ver como tales. Además, las pocas fuentes de sustento económico que ofrece la isla no escapan a las exigencias físicas: obreros, carpinteros, verduleros, granjeros. Ni siquiera la esposa de Nikos, que es quien se encarga del hotel, se queda afuera: ante la falta de turistas, se entretiene pintando las aberturas del hotel para recibir la temporada renovados.

En los años ’60 el gobierno de Grecia comenzó a hacer una fuerte inversión en la isla para modernizar su infraestructura y atraer turismo, pero su escasez de playas y la cantidad de islas griegas que ofrecen una geografía más amigable con el turismo es algo que parece imposible de revertir con inversión. «¿De  vacaciones en Icaría? ¡Bravo!», me dice el almacenero cuando se da cuenta que estoy visitando la isla. El hotel abandonado junto a la playa que se ve desde mi balcón parece ser solo una muestra del fracaso de ese plan que pretendía darle a la isla un impulso en su infraestructura.

Auto abandonado

Por las calles es frecuente encontrarse con autos y máquinas abandonadas.

El presente de Icaria no parece tener las expectativas puestas en ese crecimiento económico que todos señalan como la solución mágica a los problemas. Nunca lo tuvo. En el siglo 16, cuando el Imperio Otomano se declaró soberano de la isla y mandó al cobrador de impuestos, los icarianos respondieron ejecutándolo. Desde entonces y hasta la independencia de la isla en el siglo 20, el sultán decidió no mandar más burócratas ni impuso sanciones a los locales. Hacerlo no daría beneficios económicos ni honoríficos para nadie, dijeron las autoridades del imperio. Un eufemismo para explicar la intrascendencia económica y política de la isla. Una intrascendencia que han mantenido hasta hoy y que les ha permitido evidenciar el secreto de la longevidad.

Café, vino, granos, dieta mediterránea, actividad física, poco estrés y fuertes vínculos familiares y sociales. Los 13 mil comunistas exiliados a la isla habrán perdido la guerra civil -y es posible que muchos de ellos hayan muerto o la hayan abandonado en los años siguientes- pero la idea por la que alguna vez emprendieron la lucha, una más abstracta que difícilmente hayan soñado con conseguir, parece haber triunfado en Icaria por encima de cualquier sistema político: la de la simple felicidad de sus habitantes.

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Si quieren leer más sobre Icaria y la longevidad, les recomiendo este artículo que publicó The New York Times titulado «The Island Where People Forget to Die».

4 Respuestas a “Icaria, el secreto de la longevidad

  1. Me encantó el relato, la gente ahí sin querer practica el ejercicio diario y vive la vida para disfrutarla. El trabajo lo hacen con alegría, trabajan para vivir y no viven para trabajar. Hacen bastante vida social y eso es creo el secreto de vivir tantos años. Viven una vida relajada sin mucho estrés.
    Saludos.

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