
Ir a Argentina siempre es todo una experiencia. Vivir ahí debe ser todavía más. Unos cuantos cortados después, esta es la reflexión que me dejó el haber vuelto luego de cuatro años.
Entro al café de la esquina que tenía una cartel de dos medialunas y un café por 35 pesos.
–Hola, quería el café con medialunas de 35 pesos.
La chica anota sus cosas en la máquina y me dice, con total normalidad: «45 pesos».
La escena se repite en diferentes lados. Tener que explicar que los precios se mueven más rápido que los chicos de marketing parece una obviedad.
La mayoría de las tiendas tienen sus productos sin precio. Recordar el precio de las cosas parece imposible. Incluso una librería de Rosario instauró un ingenioso tarifario alfabético: los precios van de la A (libros en promoción) a la Z3 (los más caros), y un listado exhibe los valores del momento como si de una bolsa bursátil se tratara.
La inflación marca records históricos y ofrecer pagos en cuotas es una actividad de riesgo que ni las casas de apuestas se animan a predecir.
Hay quienes se animan a poner precios reales, y pierden plata con la rápida desvalorozación de la moneda. Hay quienes se animan a poner precios inflados, y pierden clientes que no están dispuestos a pagar el alto precio de la inflación.
El presidente ya pidió un préstamo al FMI para rescatar la economía, pero no hay plata que levante a una economía que se acostumbró a usar esnorquel.
Es Buenos Aires, 25 de julio de 2018. Pero podría ser cualquier día de cualquiera de los últimos 20 años.
El peso argentino vale 30 veces menos que en las épocas de falso doradito de Menem, y 5 veces menos que lo que valía hace 5 años.
Al lado mío hay un señor que lee la tapa de La Nación: «La actividad económica cayó 5,8% en mayo por la crisis cambiaría y la sequía». Dentro, le sigue un artículo con los detallados porqués de la situación y un recuadro un tanto más práctico para los ciudadanos: «Cómo mantener los ahorros». «Irse a otro país», pienso. Y es lo que tantos argentinos también. Incluidos sus presidentes.
A la noche, la televisión anuncia que Argentina escaló en el ranking y es el séptimo país con mayor inflación del mundo, por detrás de una seguidilla de naciones con guerra civil y dictaduras. Pero a la hora del debate, los expertos discuten el plebiscito que verdaderamente le importa al pueblo: peronismo sí, peronismo no.
Hoy a nadie se le ocurre entrar a la casa de papel moneda a fabricar billetes como hacen los protagonistas de la serie del momento. Su vicepresidente ya lo hizo hace años. Hoy la inflación hace que asaltar la casa de papel moneda no sea un negocio muy rentable. En cambio, se parece más a robar una casa de cotillón. Papelitos de colores.
Desde Gardel, pasando por Evita, Tinelli y Kirchner, el verdadero negocio en Argentina es y será otro: el de robar ilusiones.
Su nombre mismo lo indica. Argentum quiere decir «plata» en latín y dicen que el nombre del país viene porque los españoles creían que el mar que bordea sus tierras ocultaba grandes cantidades de este metal precioso. Por supuesto, nunca nadie lo encontró. Mientras continúa la búsqueda de la gran riqueza que alguien dijo que en alguna época alguien vio por estas tierras, quienes tienen el poder se encargan de llevarse la riqueza que sí existe. El viejo truco del mago que muestra el pañuelo para esconder el billete.
Y así, el país calecita sigue su rumbo.
Argentina: el país donde la plata es una ilusión.
soy argentina y dí con este maravilloso blog incursionando en el té turco. Y morí de entre risa y un lagrimón con tus conclusiones … jamás algo más acertado. Sin dudas vivir aquí es toda una experiencia. Y como dicen en Amelie «son tiempos difíciles para los soñadores», al momento, igualmente, los sueños es lo único que no nos pudieron robar.
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Gracias por el comentario, Rosario. Me alegro que te haya gustado el blog y que te hayas tomado el texto con humor. Este año tuve la oportunidad de recorrer bastante por tu maravilloso país en verano pero no tuve tiempo de escribir. Un saludo! 😀
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